La muerte de Alejandro Magno en junio del 323 a.C. en Babilonia es uno de los eventos más enigmáticos y debatidos de la historia antigua.
A la edad de 32 años, el gran conquistador que había creado uno de los imperios más vastos del mundo conocido, sucumbió repentinamente, dejando su legado en la incertidumbre.
Las circunstancias exactas de su muerte siguen siendo objeto de especulación y teoría. Las fuentes antiguas, como Plutarco y Arriano, ofrecen relatos variados que incluyen la fiebre, el envenenamiento y enfermedades naturales. Alejandro había caído enfermo tras un banquete y, según algunos informes, sufrió fiebre alta y dolor intenso durante días antes de morir.
El historiador Andrew Chugg sugiere que “la causa más probable de la muerte de Alejandro fue la fiebre tifoidea, exacerbada por las condiciones insalubres y las heridas de batalla no tratadas”. Esta teoría se basa en los síntomas descritos en los relatos antiguos, como la fiebre prolongada y el dolor abdominal.
Sin embargo, la posibilidad de un envenenamiento no puede ser descartada. Dado el tumultuoso clima político y las luchas internas por el poder, algunos creen que Alejandro pudo haber sido asesinado por rivales que querían controlar su vasto imperio.
Tras su muerte, el imperio de Alejandro se fragmentó rápidamente debido a la falta de un sucesor claro, lo que condujo a las guerras de los diádocos, sus generales. Su cuerpo fue embalsamado y llevado a Egipto, donde fue venerado durante siglos.
La muerte de Alejandro Magno sigue siendo un misterio histórico, una mezcla de hechos y leyendas que continúa fascinando a los historiadores y capturando la imaginación popular.
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